Carven, de leyenda de la alta costura en el setenta a referente de prêt à porter en el siglo XXI

La historia de Carven, una de las firmas referentes de la alta costura francesa, arranca en 1945 cuando Carmen de Tomasso, popularmente conocida como Madame Carven (contracción de su nombre de pila y de apellido de su tía, la señora Boyriven), abre una tienda en el Rond-Point des Champs-Elysées de París para lanzar una colección de ropa. En 1941, cuando había cumplido los 32, años, había abierto una tienda en el Barrio de la Ópera, aunque sería desde los Campos Elíseos donde se consolidaría como una marca mundial aprovechando el empeño de la moda francesa por convertirse en el referente mundial después de la Segunda Guerra Mundial.

Durante la década de los 50 Carven crece como marca, ganando un prestigio enorme con vestidos como el modelo ‘Cecilia’ o el ‘Ma Griffe’, que con sus rayas blancas y verdes se convirtió en un verdadero icono; con el perfume Vétiver en 1952 y cinco años después la primera eau de toilette en la historia de la perfumería. En esa época Carven es pionera creando líneas de ropa de baño y de ropa infantil y compitiendo cara a cara con firmas como Dior o Yves Saint-Laurent.

En la década de 1960, Carven amplía su presencia internacional, imponiendo su firma y exportando la fama de la elegancia francesa por todo el mundo. Incluso, la firma francesa se convierte en la encargada de uniformar a las tripulaciones de vuelo de varias compañías áreas. En los años setenta la expansión de Carven es total e incluso se ha convertido ya en un fenómeno en Japón, donde las mujeres reciben sus diseños con pasión porque les permiten aparentar una mayor altura. En Europa es una marca que ofrece todo tipo de prendas, perfumes y complementos. Es, sin duda, su época dorada.

Coincidiendo con el cincuenta aniversario de la firma se organiza un desfile retrospectivo en el Museo Galliera y una exposición de cuadernos de bocetos y una colección de álbumes ilustrados y fotografías. Dos años antes, en 1993, Madame Carven se había retirado a los 84 años de su trabajo creativo para dedicarse a su pasión por los muebles antiguos y objetos raros.

Carven entró en el siglo XXI envuelta en la incertidumbre sobre su futuro por los continuos cambios en la propiedad de la marca y en la dirección creativa de las colecciones. Después de estar a punto de naufragar en la primera década del siglo, Carven llegó a 2010 como una firma que ofrece ropa prêt-à-porter de inspiración y a precios asequibles. En 2010 Guillaume Henry es nombrado director de arte de la firma, que en 2012 lanza su primera colección masculina y que intenta devolverle a Carven el prestigio que tuvo en la década de los setenta.

El diseñador Guillaume Henry ha transformado la casa de alta costura Carven.

La marca francesa, ahora de ‘prêt-à-porter’, está entre las más deseadas en París.

[youtube id=»r8CXA2tHJbc»]

Tomar las riendas de una agonizante y olvidada casa de alta costura francesa y, en solo tres años, convertirla en una de las marcas de prêt-à-porter más chic y deseadas del momento constituye un acto casi hercúleo dentro de la industria textil. Y eso es precisamente lo que Guillaume Henry (París, 1979) ha hecho con Carven. La maison creada en 1945 por Carmen de Tommaso ganó relevancia en los cincuenta y sesenta tras vestir a actrices y aristócratas, además de por ser la primera firma de lujo en lanzar su propio eau de toilette, en 1957. Pero con la jubilación de su fundadora a los 84 años y según explica su actual responsable, “dejó de importarle a todo el mundo”. Hasta que el eficaz discurso estético y empresarial de Henry logró la cuadratura del círculo: gustar a las mujeres tradicionales, despertar la curiosidad de las más modernas y convencer a críticos y editores. Una tríada que se tradujo en ventas y prestigio. Beneficios cuantitativos y cualitativos que confirmaban el milagro de la resurrección.

Bastó solo una colección de Henry para que la firma pasase de 70 a 180 puntos de venta, incluidos algunos de los más influyentes del mundo como 10 Corso Como, Colette u Opening Ceremony. Para recorrer un camino tan largo en tan poco tiempo, Henry asegura que solo se ha valido de dos herramientas: pasión y honestidad. Una cualidad esta última que ha marcado el nuevo posicionamiento de la septuagenaria empresa.

“No podemos fingir que seguimos siendo una casa de alta costura. Ni tampoco una firma de lujo, ni de autor. Resultaría irrespetuoso. Ahora en Carven hacemos prêt-à-porter con estilo y a buen precio”, sentencia.

Que las prendas sean asequibles –se puede comprar un vestido a partir de 200 euros– ha sido determinante, aunque no definitivo, en su éxito comercial. El mercado está repleto de marcas que se inscriben dentro del mismo rango de precios. Pero las propuestas de Carven exhiben una intención creativa muy superior a estas y, en no pocos casos, equiparable a la de firmas consideradas de lujo. Producción en serie con espíritu couture, ahí reside el secreto según Henry. “Creo que el concepto alta costura puede aplicarse a la realización de un vestido, al proceso creativo, pero también puede ser un estado de ánimo. E incluso una camiseta puede irradiarlo”, resume.

Mucho menos poética y más pragmática es la concepción que Henry tiene sobre su oficio. Una aproximación a la moda tan poco común como un futbolista sin tatuajes, y que encierra parte de la clave de su éxito. “Para mí la moda es todo diversión y placer, pero también es algo que se consume, como el agua o la comida. No creo que, al menos lo que yo hago, pueda considerarse arte. Es un trabajo creativo, pero el producto que deriva de él es solo eso, un producto. Una falda es una falda”.

Quizá gracias a esa filosofía, acometer un cambio de modelo de negocio en una casa con siete décadas de historia le resultó menos difícil de lo que cabría esperar. “Siempre fue una marca democrática. Incluso siendo muy chic y de alta costura, estaba muy abierta a la gente: en los sesenta, toda mujer y chica francesa tenía su perfume Carven”.

Henry conocía bien el legado de la firma mucho antes de dirigirla. Sonrojado, reconoce que siempre fue un niño un tanto repelente que devoraba volúmenes de historia de la moda. Pero lo que le acercó definitivamente a la casa fue un concurso para jóvenes talentos que ganó con solo 22 años y que estaba presidido por Madame Carven. “Ella me dijo que, desde aquel momento, sería mi abuela en la industria. Pero lo que jamás imaginé es que ¡solo ocho años después recibiría una llamada pidiéndome que fuese su diseñador!”.

Henry, que se había formado en Givenchy y Paule KA, entró en la casa con respeto, pero sin miedo. “Existía un gran legado que proteger, pero había poco que arriesgar, porque nadie tenía ya en cuenta a la marca, aunque la recordaba con dulzura”, cuenta. El creador asegura que ni en sus momentos más bajos tuvo una imagen decadente. “La gente tenía mucha curiosidad por ver qué habíamos hecho con esa firma de toda la vida de la que ya ni se acordaban que existía. Y en los países donde no la conocían, simplemente partimos de cero”, asegura.

En ambos escenarios, la fórmula Henry funcionó por igual. Una estética netamente francesa, pero alejada de todo estereotipo, resultó ser el nexo de unión entre sus ambiciones y el legado de Madame Carven. “Me encantan las películas en blanco y negro de Jean Morreau, soy un enamorado del barrio de Saint-Germain-des-Prés, y supongo que esos referentes salpimientan mis colecciones”.

Fuentes: www.estiloylujo.com, www.elpais.com